lunes, 8 de junio de 2009

Atrapado


Cuando pequeño fui filósofo, me preguntaba el porque de las cosas, pero todo cambio en el instante en que entras en la boca de ese dragón que todos lo llaman sistema, el cual corrompe o mas bien viola tu inocente pero brillante mente y la transforma en dos palabras, deber y derecho. Personas inocentes y humildes convertidas en seres egoístas y ambiciosos, atrás queda la belleza de la vida, en la que muchas veces compraste el mundo con una simple e insignificante moneda de cien pesos, atrás queda la sonrisa marcada en tu rostro por el asombro de ver algo más grande que tú, tachada esta la frase que vivía en tu corazón, esa que decía que: “debes ser más pequeño que las cosas, para que esas cosas te causen asombro y tengan sentido”.
Eran tiempos de felicidad, pero una felicidad sin razón, ya que tu solo vivías. Se une la felicidad con el vivir por vivir. Luego de haber pasado una infancia tranquila, con altos y bajos por problemas de los adultos, ellos que viven en un mundo de deber y derecho, ese que sin duda en algún momento explotará y cuando lo hace toman la decisión de desvincularse el uno del otro, ahora solo tú serás la unión de ellos. Uno como niño entiende lo que sucede, lo único que desea es saber que pasara con él, con un tono de voz inseguro al borde del llanto tranquilidad enorme, que lo deja dormir en paz hasta el otro día, en que todo cambiará y su pregunta: Mamá, ¿con quien me voy a quedar yo? La madre sin pensarlo, lo besa y le da una padre no estará. Después de una etapa de “superar” lo acontecido, viene la etapa de crecer.

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